Camino de Punta Delgada
Ante la perspectiva de salir otra vez magullado, opto por dar un paseo en solitario por el sendero que conduce hasta el faro de Punta Delgada, mientras mis acompañantes comienzan a acomodarse con sus toallas sobre las arenas rojizas de la playa. Con dificultad, alcanzo finalmente el camino, que transita en un principio paralelo al barranco de la Vista. A la izquierda queda el volcán la Caldera, al que se puede ascender a través de un camino construido sobre la roca durante los años de la Primera Guerra Mundial y a la derecha la llanura de la Vega, donde antiguamente se cultivaba el grano. Hoy en día no queda ni rastro de aquellos campos de trigo. Tampoco de la cebada que dicen que se enviaba a Las Palmas para hacer cerveza. Todo se encuentra invadido por pequeños arbustos adaptados a las escasas precipitaciones que se registran en la isla. Apenas aprecio ninguna huella de los cerdos que hubo en su día. Ni siquiera de las cabras que pastaron por Alegranza. Con su leche, dicen, los medianeros elaboraban un sabrosísimo queso que como casi todo en esta isla es tan solo un recuerdo cada vez más difuminado en la memoria de la que gente que pasó por estos lugares. Como también son un recuerdo las vacas que un día desembarcaron en la isla y que eran capaces de ascender las laderas más empinadas para buscar los pastos más escasos y sabrosos. Y como no, los dromedarios. Bueno, aquí les llaman camellos y aunque fueron traídos a Lanzarote desde las costas africanas después de la conquista, hoy son tan habituales en el paisaje de esta isla como otros elementos importados como puedan ser las tuneras, las palmeras o las araucarias. En Lanzarote, los camellos se utilizaban para labrar la tierra, aunque eso fue hasta más o menos los años ochenta, en que el auge del turismo los condenó a convertirse en un simple divertimento para los viajeros venidos del Reino Unido, Alemania o Noruega que visitan Timanfaya. En Alegranza nunca pasaron de esa función agrícola, ya que, según me dicen, los escasos desplazamientos de sus habitantes se hacían, por lo general, a pie o a lomos de un burro. Pienso en lo difíciles que serían las condiciones de vida en este pequeño pedazo de tierra volcánica y en el gran valor de las personas que un día se vieron impelidos a vivir aquí. Aunque más que valor, supongo que sería pura y simple necesidad.